Notas Nemontemi: Neo-Nepantla de Demián Flores

Heriberto Yépez | Catálogo Match Dual Presence | 2006

NOTAS NEMONTEMI: NEO-NEPANTLA DE DEMIÁN FLORES


Heriberto Yépez
Tijuana, Baja California, México
Diciembre-Enero 2005-06


Demián Flores reimagina lo aciago. En el calendario azteca, después de los 360 días desenvueltos por los 18 meses de 20 días, acaecen 5 días nemontemi, días nefastos, en que todo lo que nace en ellos no cuenta. Cuando el mes de Izcalli termina vienen esos cinco días sin tonalli, sin destino, días que no pertenecen. En esos días no se debe barrer. No se debe reñir. No hay que tropezar. No se debe curar o echar la suerte. Son días en que, especialmente, no debe pelearse uno, porque de pelearse, dizque se coge totalmente la riña y la riña será inútil.
No sé si Demián Flores lo sabe, pero su obra es una pintura de esos días. Por eso es tan interesante: sus imágenes son una descripción de nuestra época nemontemi. Su riesgo es el happy hybrid, que Flores evade porque no lo desampara la ironía. Su obra se trata de la mezcla —entre lo indígena y lo mestizo, entre lo mexicano y lo global—, una mixtura que su obra define como mezcla aciaga.
Vincular su obra al pop art es no comprenderla. Demián Flores proviene de un humor muy influido por la gráfica popular mexicana, la estética del rótulo. Su empleo de personajes de historieta —desde la Pequeña Lulú y Kalimán hasta Memín Pingüín y Porky Pig— es una sátira de nuestra idolatría. Y es que a días nemontemi —días sin pertenencia— corresponden ídolos ridículos.
La fabulosa obra de Demián, lo confieso, me da escalofrío. Y mucha risa. Demián se está burlando de lo que pasa cuando los dos mundos han chocado. Y lo que nos sucedió después de tales choques —en la Conquista española y en lo que he llamado la Segunda Conquista, la norteamericana del siglo XX— se denomina, a final de cuentas, Nepantla.
Nepantla significa tierra de en medio, lo que está perdido entre dos mundos. La obra de Demián Flores es grave, es arriesgada, es tragicómica. Tlacuilo con la revista Mad en una mano y el pincel en la otra, Demián es el demonio dibujante de los comics de Nepantla.
“Pasan las generaciones y caen los ídolos” o Popeye naciendo en Monte Albán, esas son las burlas a las que su obra nos somete. Oaxaca, ya lo sospechamos, es un país escondido en otro. Algunos de los mejores artistas mexicanos plásticos han nacido ahí. Demián, juchiteco, sin embargo, acoge esa tradición con autonomía. Su Mixtología Zapping Zapoteca, en general, sus raíces zapotecas —pregunta capciosa: ¿se puede seguir hablando de raíces o ya sólo existen los links?— las observa con mirada post-defeña, con paisaje global de fondo.
Hay un cuento de Cortázar —que conmina a Lewis Carroll— en que una chica vomita conejos. Los personajes prehispánicos de Demián sufren bulimia y por boca, orejas, ojos y culo les salen Bugs Bunnies. (Sus personajes, por cierto, obedeciendo a esta fertilidad anal se unen a la tierra de modo irónico, a través de un cordón umbilical fecal). Hipersonajes. Unos personajes ya contienen a otros. Son puros fantasmas.
Hay que mirar detenidamente nuestra relación con los comics. Hay quienes los retratan, clonándolos, en cita magnífica, como Lichtenstein. Hay quienes, por otra parte, no los convocamos a ellos sino a sus ánimas. Demián pinta las ánimas de los comics. No hay que olvidar que las ánimas no son los fantasmas. Los fantasmas nos asustan. Las ánimas mexicanas, en cambio, hacen burlas, están penando. Demián pinta ánimas.
Como él lo sabe, su obra trata del cambio de piel, la caída del imperio y del ring y de la mujer parturienta, es decir, del paso de un mundo a otro. Solamente que, como hemos dicho, sus imágenes no corresponden al mágico mundo anterior —eso lo deja a otros artistas oaxaqueños— ni tampoco al mundo ulterior. Su obra está ubicada en el espacio-tiempo intermedio, el túnel.
Francisco Toledo pinta lo genésico, los orígenes, el mundo primordial. Con humor, con formidable dibujo, zoologista fantástico, terroso, Toledo es un pintor de la Creación. Tamayo, por su parte, pinta el mundo posterior. Tamayo es el pintor del Sexto Sol. Por eso sus cosmos no reciben ya nuestra iluminación amarilla, sino una luz nueva, todo su mundo está iluminado por un sol de otro color, intenso, visionario. Notemos que el mundo que pintamos no corresponde a nuestra cronología lineal. Toledo nació en 1940. Tamayo en 1899. Por ende, Tamayo es posterior a Toledo o Toledo anterior a Tamayo.
Demián Flores nació en 1971. Su esfera no es ni el Génesis ni el Sexto Sol. Su cosmos es el tragicómico mundo que separa a éstos dos, él pinta nuestro limbo, zona de nadie, nogüer, Nepantla, nuestra época nemontemi. No se le puede vincular tanto a Toledo o Tamayo como a otros artistas mexicanos de ese espacio-tiempo intermedio del que he venido hablando, que cada quien representa a su manera. Me refiero a artistas como Guillermo Gómez Peña o Carlos Amorales. El riesgo de todos nosotros —ubico mi irrelevante obra escritural en este intercosmos, fronterizo, orgullosamente malinchígena—es perdernos entre los dos mundos, caer víctimas de los augurios y abusiones de tales días aciagos. No comprender siquiera que nos encontramos en ellos. Ceder a la facilidad del palimpsesto.
Pícaro, en vaivén fructífero, Demián Flores elude el sincretismo cretino. Su obra se encuentra en una tensión entre el grotesco posmodernista y el Mini Mal de lo minimal. Es claro que su icónica de los naufragios es tenebrosa, pero no es, propiamente, sacrílega. Lo sacrílego sólo puede ocurrir durante lo sagrado. El Paraíso y el Cielo son sagrados. Ahí puede ocurrir el sacrilegio. Pero en Nepantla lo sacrílego no ocurre porque ahí ha desaparecido lo sagrado. En el limbo-Nepantla sólo ocurren gracias, macabras o ligeras, no romas: bromas.
Beisbolistas en ruinas arqueológicas —y notemos lo obvio: Demián es un pintor de personajes—, en la convivencia del encuentro entre un paraguas chino y una máquina de coser retro en una mesa de IKEA —comprada en el tapatío mercado de Taiwán de Dios— hay una descontrucción sardónica.
No olvidemos que a los tiempos nemontemi corresponde evadir la riña, porque en ellos toda lucha es futilidad. Obnubilados —probablemente por Barthes— no hemos repensado lo suficiente por qué la lucha libre nos fascina. Los obra de Flores sirve de primeros auxilios para esta reflexión. En la lucha libre, hay un performance de la contradicción. Los oponentes son, casi siempre, una simulación. La lucha libre nos hace saber, secretamente, que la lucha de contrarios —¡oh marxilar Marx!— no existe, sólo existe acuerdo en los vestidores. La lucha libre es la dialéctica vuelta espectáculo. Por eso la verdadera derrota no es perder el combate, sino perder la máscara. Los contrarios, en realidad, están de acuerdo en que la mejor forma de proseguir su contradicción eterna es fingir que luchan.
El materialismo histórico no es más que un ring mexicano.
En la obra de Demián lo que hay de la lucha libre no es, primordialmente, los enmascarados mexicanos que ahí aparecen, sino esta lógica secreta, pues gracias a su sátira nos percatamos que los que deberían enemistarse —las culturas en combate de colonizaje—, en realidad han acordado compartir la arena, para que en lugar de terminar en una revolución, mejor, permanecer en una espectacular lucha libre, en una guerra placebo. ¿Alguien dijo Marcos?
Monero del Mess de Miss Mesoamérica, pintor más allá de Guadalupe Warhol, grafitió el Juego de Pelota en su mero coitus interruptus, para dejarnos ver cuáles son nuestros dioses, el panteón inane, las divinidades divertidas de un mundo ni de aclick ni de aYa!, un época en que el Templo Mayor se ha vuelto un sitio de Internet y la pequeña Lulú va del brazo de Hernán Cortés.
¿Hacia dónde vamos? Hacia Ningún-Lado, Home Sweet No-Lugar, así que sentáos, disfrutad de esta intrigante sala de espera, permite que Demián te muestre sus imágenes.